viernes, 6 de septiembre de 2013

NO NOS VENDAN EL BUZON


         Una noche en un noticiero argentino comentaban la función que tenían los buzones en la ciudad de Bs.As...esos centinelas rojos parados en las esquinas  a la espera de algún transeúnte que le diera de comer una carta. Hoy en día, solo se los recuerda por esa celebre frase "me vendieron un buzón"
         Buscando en internet encontré de todo, menos una interesante historia sobre ellos...Cuando ya había perdido las esperanzas.... leí una nota del Diario La Nación del 2002,que nos resume la importancia de este emblema de las comunicaciones del pasado y que las actuales generaciones no pueden ni siquiera imaginar lo que significaba para el remitente y el destinatario esa acción tan simple de contar y recibir en pocas palabras manuscrita el transcursos de sus días en una hoja de papel. Y menos aun que no se utilizara ninguna red social o elemento electrónico .Proceso que además tardaría varios días en llegar a su destino.

 A continuación les transcribo esa nota ,que trata de pequeñas historias y anécdotas de este elemento en desuso ,que mucha gente lo considera y lo defiende como patrimonio de la ciudad.
 
Aunque Nostradamus no lo había puesto en clave profética, su contemporáneo Marc de Vélayer tuvo un certero golpe visionario. Consejero de Estado de Luis XIV, en 1653 obtuvo del rey de Francia el permiso para instalar en París los primeros buzones (castellanización del francés bouchon, derivado de bouche , boca).

La explotación del servicio de recolección de cartas no sólo le reportó pingües ganancias a su mentor, sino que fue rápidamente imitada en el resto de Europa.

Hablamos del buzón postal, porque a mediados del 1500 existió en Italia un cajón callejero para otro fin: la delación.

Sucede que las misivas anónimas que se dejaban allí, en esos primitivos antecedentes del buzón moderno, estaban dirigidas a las autoridades, y denunciaban a los presuntos delincuentes. El lunfardo buchón o buche (informante de la policía, en castellano) se emparenta, pues, con la expresión francesa usada para designar estos receptáculos.

En Buenos Aires, los cajones (que entonces no eran metálicos, sino de madera) aparecieron en 1853, cuando la Dirección de Correos, a cargo de Gervasio Antonio de Posadas, ordenó su instalación en las boticas y los comercios de ramos generales. Las cartas eran retiradas por empleados de correos, montados a caballo.

A cargo del motorman

Con la llegada del tranvía, se le agregó la función postal. Tuvo varias. Además del traslado de personas, eran usados como coches fúnebres y para distribuir cerveza, pan y flores. Un pequeño buzón fue adosado en su lateral derecho, a la altura de la silla del motorman.

Los seis primeros buzones postales callejeros, construidos con cajas de madera, debutaron en 1858, en las plazas Lorea, de la Independencia, del Temple, del Parque, Once de Septiembre y en el Paseo de Julio (la avenida del bajo), y luego tres más en las estaciones de trenes.

Contaban con un mecanismo llamado "trampa de zorro", que aseguraba la inviolabilidad. Al abrirse el buzón, se cerraba la bolsa, que podía ser abierta sólo en la sucursal.

En 1930 vino el buzón alemán, que además expendía sellos. Se colocaba una moneda en una ranura, se daba vuelta una manivela y salía la estampilla.

Salvo la base, que es negra, el color rojo de los buzones corresponde al de sus similares ingleses, que se importaron desde 1874 por iniciativa de Eduardo Olivera, primer director de la fusión de Correos y Telégrafos.

La fabricación local, en hierro forjado, comenzó en 1901. Durante mucho tiempo fueron monopolio de varios talleres, como Fénix, Vassena y Guido Scorassino, firmas que todavía se ven en muchos de los actuales.

El rojo cambió al azul a instancias del gobierno militar, en 1979, pero la democracia los volvió al tono original.También pasaron una temporada pintados de negro y amarillo, pero los taxistas le ganaron un juicio al correo. Y volvieron al rojo.

Los buzones porteños inspiraron, entre otras expresiones artísticas, la película "Los secretos del buzón" (Catrano Catrani, 1948), donde el robo del único buzón de un pueblo ponía en jaque a los parroquianos, y los tangos "Buzón", de Marvil y Raffaelli, y "Tinta roja", de Cátulo Castillo.

También les sacó provecho la viveza criolla que siempre se aprovecha de inocentes e incautos: más de uno fue vendido "a módico precio". El timo perpetuó la frase "te vendieron un buzón".

Vaya a saber si por su mala fama o por el advenimiento del fax, el correo electrónico y otras formas de comunicación más rápida, hoy es una especie en vías de extinción.

El promedio de hasta 400 cartas diarias que se recogían en cada uno de los buzones céntricos hasta hace dos décadas, hoy se redujo a no más más de 10.

Esto y algunos actos de vandalismo, que incluían hasta incendios intencionales, fue lo que decidió el retiro de muchos por parte del Correo. Subsisten unos 150.

La Orden del Buzón

En muchos barrios son venerados como parte de la postal tradicional. Un ejemplo ocurrió con un buzón septuagenario que se encontraba en la esquina de Esquiú y Tabaré, en Nueva Pompeya, donde hay un bar llamado, precisamente, El Buzón.

Se había removido el receptáculo postal a comienzos de 1999. LA NACION publicó una carta firmada por Gregorio Plotnicki, director del Museo Manoblanca (Tabaré 1371), en la que se pedía su regreso por la "desazón" que ello había ocasionado en el vecindario.

Poco después, el buzón fue reinstalado en su lugar histórico. Con otra carta, Plotnicki agradeció el gesto, en nombre de todos y de Homero Manzi, a quien le está dedicado el museo.

Pero, además, la entidad creó la Orden del Buzón. Consistente en la réplica exacta de un buzón verdadero (ocho veces menor), ha sido otorgado, entre otros, a Eladia Blázquez, Ben Molar, Luis Brandoni, Horacio Ferrer, José Gobello, Atilio Stampone, el café La Biela y la Esquina Homero Manzi.

Rubén García, uno de los dueños del famoso Café de García, en Sanabria 3202, Villa Devoto, insistió tanto en que se colocara un buzón "decorativo" en la esquina, que al final el Correo terminó accediendo y hasta le dio la llave.

Ese acto tuvo un efecto no calculado para la ocurrencia del vecino porteño. Sucede que, al verlo, los vecinos comenzaron a depositar allí sus cartas.

Así que García, semanalmente, tenía que ir casa por casa devolviéndolas a los remitentes. No se puede conformar a todos. .

Por Willy G. Bouillon De la Redacción de LA NACION
 


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